Friday, June 15, 2007

Ruta Hacia Ninguna Parte


Esa tarde el auto nos conducía hacia el este, y en cada giro de sus ruedas, sus ojos nos compelían a mirar la cordillera nevada hace pocos días. Una imagen profunda y evocadora, hipnótica de ida y vuelta, que en respuesta al eco resonante de su espejo blanco, nos regresaba inmisericorde al camino sin retorno, nos enfrentaba devastadoramente a cada imagen de una antigua historia sobre fantasmas arrastrados por la incertidumbre, una historia que exhalaba planetas dormidos e inventarios dinamitados hasta la médula por arranques emocionales, por deseos personales incumplidos y sus consecuentes frustraciones, por la rabia de considerar injusto el supuesto destino que se nos había asignado, por la confusión y tristeza de sentir el helado filo del puñal en la espalda, por los interminables apegos de sentirnos importantes y merecedores de reconocimiento por nuestro supuesto altruismo hacia el mundo. Y también por el miedo, por el infaltable temor a renunciar a todo lo conocido en pos de la nada, ese tenebroso miedo de ver la verdad en el gran vacío que nos acecha. Aún permanece mucho de eso, pero la soledad ha logrado dominarlo todo, ha envuelto todo en su mistérico velo, en su voraz propósito, que como el blanco del eco que regresa, nos trae otra vez a este presente, al inevitable enfrentamiento con lo desconocido.

Algo se sentía en el aire, el estómago era quien lo descubría a cada instante, algo empujaba hacia adentro y después de una breve espera, lo expulsaba. Era un infinito golpeando cada una de las puertas, un cuerpo estirando su fibra aletargada por años, era sentido que se estira, masa que desdobla preparando un caminar, un tejido de cruces sobre el mar, un escenario azul oscuro, dispuesto por eternas habitaciones separadas por incontables líneas paralelas; un principio y fin hablando sobre ruedas, transformando las palabras en un mapa, un comando de volar. A esas alturas el tiempo había dejado de existir, y la nieve, las ventanas empañadas y un lejano sonido eran lo único que quedaba.

Los tres guardábamos silencio mientras el andar del auto seguía siendo excusa para la experiencia, era un silencio de esos sagrados que comunican sin parar: necesitaba solamente de que calláramos para decir lo que tenía que decir. Y lo dijo, habló con autoridad de lo que se puede y no se puede hablar, habló de nuestras tareas, de construir; hablo de portales por cruzar, otros por llegar. Entonces el sonido acabó, se borró la nieve y la ventana se derritió. Después de una pausa inentendible, todo regresó junto al tiempo y los sentidos, que volvieron a ser comprensibles y constantes.

Volvió el habla cotidiana y el mundo de los fantasmas que la protagonizan, volvimos en la risa, acodándonos cuando ojos amarillos hizo el gran papel de su vida al comentarnos que éramos lo más bello que le había pasado en su vida.

-Tan bello que se cagó en los pantalones antes de elegir, dijo Jeremías con su siempre punzante ironía.

-Bien cagado el mamón, agregó el Pana.

Entonces reímos, reímos con tristeza y soledad, reímos por todos los ojos amarillos que pasaron y quedaron atrás, reímos porque no nos quedaba nada más. Hacía frío, como hace frío aquí en los días despejados de invierno, pero esta es sólo una excusa, una excusa tan igual como andar sobre una ruta hacia ninguna parte.


2 comments:

Anonymous said...

Dejenme Saltar...
En soledad.

No los detendré
ni sus manos tomaré...

No me lo hagan ustedes,
Se los pido por última vez...

DEJENME SALTAR
EN LIBERTAD

María Elisa Quiaro said...

el aire se espesa...comienza la partida. excelente