Tuesday, December 25, 2007

El vértigo es una corazonada, una tonada de la hermana muerte


La música se viste de silencio, se enjuga entre las calles como la vertiente que brota con la misma esencia de intensidad, el mismo intento, el mismo misterio que fue el brillo ambarino de aquel momento de arrojo y que es brillo desafiante también de este tiempo sin lugar, de este practicar el despojo de lo personal, de esta insolencia de encontrar el lenguaje del cuerpo con los ojos aún borrosos, para develar lo que haya que descubrir, para despertar lo que haya que librar, aunque sólo se tengan en las manos migajas y miserias, aunque se tenga nada y tenga que sajarse la memoria incompleta para dejarlo todo una vez más, para aventar hacia lo vasto todo lo que tenga que partir, todo lo que deba despedirse, toda la pena, los secretos que desvelan, los balancines que a veces duelen tanto, las guaridas que preparan sus juegos bajo la tierra, todo para nadie, para luego hacernos de una inmersión desatendida y solitaria, animada por un remolino siempre sediento de cuerpos y naguales.

Desde el momento en que los rayos de sol apuntan mezclados con la sonrisa de los cerros el este hasta que se despiden besando con apasionada muerte al mar, la música es sólo silencio y soledad. Lo es así porque sólo aguarda su grieta destellante para saltar en ella y arrancar las esferas que emanan la vida entre las malezas, porque ella puede ver, ella hace vislumbrarnos en un precipicio de arrojos serenos y sin historia, hace nuestra la posibilidad de de hacer posible el vergel tras el espejismo, el canto de las alas oscuras que se baten despidiendo la saliva consciente y fulgurante que nos hace nadar. Talvez nunca pueda contener la explicación del verbo porque sea tan inasible como la acción, el inmanente que contiene el presagio y la corazonada.

Ella nunca quiere expelerla a través del mecanismo y la convención, mariposea en el ombligo, es desafiante y toma sus propias riendas y calla, golpetea el estómago hasta hacer exprimir la última gota de experiencia. Contempla desde la semioscuridad desde el filo de las piezas, que aún en bruto cambian de posición de vez en vez contrastando los platos servidos de inevitable, el condimento que hierve acechando las fibras que se rozan entre los arbustos de cualquier estar, entre las emociones que ahora somos capaces de desatar, esos pulsos del que ahora estamos desatormentándonos. La mayor parte del tiempo, la música es tanto quebrarse infinitamente para hacerse de un propósito que extrañamente también es un choque con la suavidad y la textura, una implosión entre dos límites que alguna vez parecieron solo soñados e infranqueables.

Pero ahora estamos aquí, la manifestación de lo abstracto que llegó esa vez junto a la presencia oculta de una sombra gemela ha traspasado la pared. La imagen antigua que con forma de niño asustado miraba a la gente hacer, sólo hacer, ha logrado el supuesto imposible de madurar en la nada; sólo en su empeño de abrir por vez primera sus sentidos para el zanjar el aire de aquí junto otro aquí, ha logrado escuchar su corazón, su ser que respira. Ahora no queda justificación alguna para el lugar más lejano, para convertir la historia en piedras encendidas que al ser vistas desde la distancia, conformen las inscripciones que antes inertes desconocían que en sus manos empuñaban esas amadas espinas, pero que hoy hermanas de la muerte, son pilares de la responsabilidad y la risa, del ladrillo tras las melodías y locuras de quimeras, de las palabras y encantamientos que de tanto milagro como realidad y excusa, han calzado perfectamente en el diseño de nuestra partida; también de las certeras anécdotas que aún no vivimos y que resuenan como elásticos que al estirarse hacia nuevos horizontes van fijando nuevas estaciones del conocimiento que se alejan más y más de los resabios de las viejas canciones, para adentrarse más en la entraña, para lograr la contorsión que descubra que entre corazonada y corazonada hay peregrinaciones hacia la nada que entre cicatrices, tristezas, soledades y anhelos esconden un soplo que acuerda silenciosamente sus tonadas de muerte y liberación.