Friday, November 16, 2007

El regalo de los inexistentes


Puedo comenzar a hablar de los miedos, de todos los inexistentes carteles fantasmagóricos que he puesto sobre mi cabeza con el afán de justificar la absurda compasión que siento al no cumplir al pie de la letra la imaginería, la tarea que actualmente me han propuesto las imágenes mentales que sigo creando en esta excéntrica doble personalidad . Ahora también lo hago, y tal vez sea la mayor locura y desfachatez el ofrecerles esta miseria, pero creo que ya he dejado de estar moralmente cuerdo para poder evitarlo. Lo siento, ya es tarde.

Ellos, los hijos de la cobardía, son los escondites que me asolan de tiempo en tiempo para vender su tranquilidad, pasividad que la mayoría de las veces acepto, creyendo desde la fama inocente que palpa el aire (jurando de guatas diríamos aquí), que esta es una verdadera preparación para combate. Como en distorsionada imaginación llego a creer y vivir esta tranquilidad (sólo para mi mismo), ellos se acercan poco a poco para dar sus correspondientes premios y ofrendas a la nueva capa de realidad: ellos golpean suavemente mi espalda y consuelan mi pena haciéndome sentar en un cine a ver la película que habla del guerrero que se desgarra en su camino. Mientras proyecto las acciones del personaje, mi mente se siente comprendida y disfruta la historia como si la viviera en carne propia. Cree vivirla, y es más, hasta es capaz de planear concienzudamente la celebración del triunfo en conjunto con los vencedores. Este es el verdadero descaro.
Para entonces, mis ojos cerrados ya se han emocionado por haber comulgado con los personajes, con los héroes que hablan de sus logros y hazañas. No se equivoquen, los ojos no se han cerrado por la emoción, sino que lo estuvieron mucho antes de asentarse en su propia escapatoria, en otras palabras, su desnudo temor.
En verdad no he vivido nada, únicamente la entereza de juzgar mi propia ceguera, y si es que soy un héroe, sólo sería el de las espadas de papel y el de los ahogados delirios de la invención; de no estar de frente a quien realidad soy, o la realidad de quien soy (¿quién realidad soy, qué busco al esconder mi cobardía?). Sólo soy el escondite y quien me asola es la voz aún temerosa que habla de salir, sólo eso soy capaz de buscar ahora.

Puedo también callar y dejar que hable solo el tiempo en que no estoy, cuando mis actos están más muertos que nunca y sólo son capaces de alcanzar tibiamente el movimiento falso y mecánico de alguien que se mueve sólo porque siguió la referencia de otro que hizo lo mismo. ¿Qué es lo mismo? ¿Quién es el mismo? ¿Qué es lo que hizo y por qué lo hizo? En verdad parece que nunca quise preguntarlo y eso no ha hecho más que doblegar la verdad escondida en toda esta de esta falsedad, agregar una capa más de tierra al refugio que crea el pavor a lo desconocido. No me queda más que acusarlo y denunciar todas las posibles locaciones futuras donde se pueda alojar, donde pueda escapar, porque ellos, los inexistentes, se meten como piedras bajo la piel cuando no los esperamos y también cuando lo estamos haciendo, cuando ignoramos su paso de costado entre los agujeros que no han sido aún llenados con un propósito inflexible.

Hablarles ahora del miedo y de las escapatorias no me hace más guerrero, este amor cobarde que no llega ni al amor ni a la historia no pretende ser la redención de su propia morbidez, no es nada más que la evocación de la verdadera batalla contra la expectativa, contra la ansiedad de encontrarme ya despierto y evitar así de alguna forma el paso aciago que hay entre el pie detrás de pie; lucho por disolver el apego en este presente que alumbra con su filo helado de rasgar una vez más, lucho porque no puede haber en estas letras más que un inexistente que sólo regala preguntas, un cuchillo sin filo para cortar uno por uno, o tal vez de una vez, todos los brazos que mi propia importancia ha urdido, esos brazos que he creado para esquivar los certeros golpes que la propia muerte asesta. Creo que hay que romperse cuantas veces sea necesario, es lo único que ahora me impulsa a no callar.